“La historia de cómo la flor navideña llegó a Estados Unidos desde su México natal no es una historia de paz y buena voluntad. Es más un estudio de caso sobre la diplomacia prepotente, la arrogancia yanqui y las sospechas mutuas que han plagado durante mucho tiempo las relaciones entre Estados Unidos y México”, anotó el historiador Mark Schmeller en el periódico estadounidense The Washington Post.
Poinsett ciertamente no era un alma de Dios ni un científico distraído, pero no fue quien reclamó que se le pusiera el nombre de poinsettia, aunque lo hizo un conocido suyo. A cambio, el responsable de “registrar” la “patente” de las poinsettias en 1937 fue Paul Ecke, hijo de un inmigrante alemán que comercializaba flores en Los Ángeles, California.
Poinsett descubrió la flor durante un viaje a Taxco, Guerrero, y la envió a Filadelfia, de donde saltó al mudo.
A Ecke se atribuye por un lado el trabajo de transformar la planta de un arbusto casi silvestre –que sus seguidores dicen crecía en las colinas cercanas a Los Ángeles– en una planta sofisticada, y el impulso para lograr que se hiciera populares en la industria cinematográfica de Hollywood y de ahí al resto del país.
La popularidad de la flor, tanto como la patente de Ecke, ha llevado a que botanistas de todo el mundo –México incluido– hayan buscado crear sus propias variedades de
poinsettias.
La familia Ecke tiene patentes por alrededor de 100 variedades de poinsettias, de acuerdo con el Instituto Smithsoniano.