Violencia e involución de las instituciones de seguridad en México

*Lee el prólogo del libro Seguridad con Bienestar. Un nuevo modelo integral de seguridad, en el que el experto en seguridad Tony Payan comenta el alcance del libro…

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El año 2018 se antoja como un parteaguas en la vida nacional de México. Con casi 90 millones de electores y 3,406 puestos de elección —ambos máximos históricos, nueve partidos políticos en franca competencia por el poder—, y un contexto internacional muy complejo, la vida política está a punto de sufrir una transformación sin precedentes. En materia de políticas públicas, las encuestas muestran tres claras preocupaciones: corrupción e impunidad, pobreza e inequidad, y violencia e inseguridad. Estos son y han sido los grandes retos nacionales durante las dos primeras décadas del Siglo XXI. En este contexto se publica el libro: Seguridad con Bienestar. Un nuevo modelo integral de seguridad, un texto profundamente oportuno, en un momento extraordinariamente pertinente, y por la persona que conoce de forma más amplia e íntima el problema de la seguridad pública y la violencia en México, y que ha dedicado ya casi un sexenio a reflexionar en torno a ello: Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad Pública bajo la administración del expresidente Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012).

El autor de este libro presenta un análisis único que comienza con un breviario de la historia del delito en México a través de lo que él llama la “pirámide de la evolución delictiva”, sin la cual no se puede entender cómo México llegó hasta este momento crítico en relación con el importante concepto del Estado de derecho. Desde el comienzo, el texto se enfoca en un breve recuento de la evolución de la delincuencia y la inseguridad en el país, anotando correctamente que el Estado mexicano en realidad nunca se ha preocupado por crear instituciones para el Estado de derecho y que, por el contrario, el propio Estado mexicano ha alentado su evolución al priorizar el desarrollo económico —primero el desarrollo nacionalista y luego la apertura neoliberal— y al buscar meramente administrar la violencia y el delito. El libro documenta de manera breve pero metódica cómo todas las instituciones encargadas de la justicia han sufrido y continúan sufriendo un abandono profundo —como muestra, el hecho de que 417 de los 2 mil 446 municipios del país ni siquiera cuentan con una policía local— y una subinversión importante para dichos fines. Desde pronto, el lector puede concluir que la evolución del combate a la delincuencia y el crimen organizado en México se antoja más bien improvisada y azarosa. Es más, el autor intuye de forma correcta que el involucramiento de las fuerzas armadas no es propiamente un símbolo de fuerza, sino de debilidad del Estado mexicano ante las dimensiones y carácter de la delincuencia.

A primera vista, el libro pareciera un reporte de política pública, lleno de estadísticas, gráficas, datos e informes del trabajo realizado en materia de seguridad pública durante el sexenio de Calderón, para luego pasar a una propuesta concreta de un nuevo modelo de seguridad en México. De hecho, el autor no se detiene en temas demasiado teóricos sobre el problema de la seguridad nacional. Sin embargo, esa primera impresión no es acertada. Conforme avanza la lectura, surgen entre líneas diversas reflexiones teóricas, sustantivas y atinadas, sobre la seguridad pública. Esta lectura sutil, perspicaz, entre líneas, es precisamente por lo que este libro constituye una importante contribución para repensar el modelo de seguridad en el país, y más allá. Lo primero que hay que considerar en este sentido es que el libro ensalma de manera compleja varios grandes temas, los cuales se conjugan y refuerzan mutuamente para dar forma a la seguridad, o más bien a la inseguridad, en México: la debilidad institucional, la naturaleza de los mercados ilícitos, la actuación estratégica de los elementos delictivos y las deficiencias en el bienestar social y económico de los ciudadanos. Estos cuatro temas sirven de bielas transversales al análisis que nos presenta el autor y son los ejes rectores del modelo de seguridad que propone más adelante. Vale la pena discutir cómo estos elementos se relacionan entre sí.

La primera conexión tiene que ver con la debilidad y el abandono de las instituciones y la evolución del delito y el crimen organizado. Es innegable que aquí habla la extraordinaria experiencia del autor sobre este importante nexo. No se pueden entender las dimensiones, la naturaleza y el poder de fuego del crimen organizado en México si no se examina el raquitismo de las instituciones del Estado. Es la desnutrición institucional del Estado mexicano lo que justamente abre espacios al quebrantamiento de la ley, habilita a los delincuentes con impunidad, crea las condiciones para su crecimiento, y alienta así la evolución del crimen organizado hasta alcanzar la potencia que tiene hoy. Los delincuentes olfatean la debilidad del Estado, así como un tiburón percibe un tiño de sangre en el agua.

Segundo, la relación entre el deterioro de las instituciones y los elementos delictivos no se puede entender sin una referencia teórica a la naturaleza de los mercados ilícitos. Todos los elementos delictivos, como lo sugiere el autor, no operan en el vacío, sino que son actores estratégicos en los grandes mercados de lo ilegal —desde la fayuca hasta el consumo de drogas—. Los delincuentes responden a una estructura de incentivos y desincentivos que el propio Estado coloca en su camino, justo porque no busca o no sabe fortalecer sus instituciones y termina por tan sólo “administrar” el delito y la violencia. Claramente, los delincuentes no son materia inerte. Estos responden, cambian, se adaptan y buscan socavar al propio Estado, corrompiéndolo y debilitándolo, creando así un gran ecosistema en el cual prosperan con facilidad. Y es aquí donde entra el uso de la cooptación de las fuerzas policiacas y la corrupción de políticos. Si la clase política no responde de forma activa en favor del rescate del Estado, ésta se convierte en parte del ecosistema delictivo que va carcomiendo la seguridad pública y, más tarde, la seguridad del Estado mismo. Al fin, y de manera innovadora e inesperada, el autor deja claro que tampoco se puede entender el problemático entramado del Estado de derecho en México si no se considera su intrínseca conexión con la pobreza y la inequidad socioeconómica, las cuales socavan la capacidad de la sociedad de resistir las grandes tentaciones financieras del delito. Para lograr la seguridad, concluye García Luna al abordar este último tema, se debe procurar el bienestar socioeconómico permanente de la población, con estrategias que bien parecieran no estar directamente relacionadas al crimen organizado —como el desarrollo humano total y el combate a la pobreza—, pero que no pueden más que alentarlo. Un nuevo modelo de seguridad pública no se puede divorciar de la seguridad social. El capítulo cinco, donde el autor habla del Nuevo Modelo de Seguridad Pública, está dedicado a explicar cómo su actuación en la Secretaría de Seguridad Pública significó un enorme esfuerzo por ligar todos estos ejes en una sola estrategia, ceñida por el uso de la ciencia y la tecnología. Al considerar estos grandes temas, propone un acerca- miento comprensivo al tema del crimen organizado —uno que requiere de una estrategia de Estado y no una respuesta coyuntural—, y la paciencia y continuidad que pocos políticos están dispuestos a dar.

La contribución teórica del libro no termina aquí. Una de las hipótesis centrales del libro, a la cual el autor dedica el capítulo seis, consiste en un examen comparativo de cinco ciudades que atravesaron por un enfrentamiento importante entre el Estado —procurando su propia sobrevivencia—, y el crimen organizado —buscando convertirse en un Estado paralelo—. Estas ciudades son Chicago, Nueva York, Palermo, Medellín y Ciudad Juárez. Además de las implicaciones de la posible incursión del crimen organizado en la gobernanza política, en todas las ciudades examinadas operó un patrón importante: un aumento dramático en la violencia y el delito cuando el Estado decidió confrontar al crimen organizado y luego una reducción importante de los mismos fenómenos cuando el Estado logró imponerse. Es decir, la reacción virulenta del delito es predecible cuando al fin se decide retarlo en sus estructuras, pero un Estado perseverante logra imponerse y eventualmente reducir la violencia y el crimen. De manera dramática, el autor nos presenta un escenario en el cual, ante la falta de continuidad en el modelo de seguridad, el Estado mexicano cede ante el horror de la violencia y el delito bajo la administración de Enrique Peña Nieto (2012-2018) y da tregua al crimen organizado —lo que resulta en una disminución temporal de la violencia y el delito, dando la ilusión de que el problema fue fabricado por el Estado en primer lugar. Sin embargo, esta tregua sólo permite la reorganización y restructuración de la delincuencia organizada, así como el retorno a los altos niveles de violencia y delito anteriores. El libro sugiere entonces que durante la administración que ya termina se perdió la continuidad de consolidar el poder del Estado frente a la delincuencia y, por lo tanto, el país vuelve a experimentar niveles de violencia aún mayores. No se puede concluir más que hay lecciones que se aprendieron durante el sexenio de Calderón, pero se desecharon durante el sexenio de Enrique Peña Nieto. Se perdió vuelo, se perdieron avances, lecciones, oportunidades creadas para que el Estado se impusiera y el Estado de derecho floreciera. La seguridad en México involucionó. Esto es lo que finalmente nos lleva al punto cero, al comienzo, a la situación en que el país se encuentra hoy.

Al haber vivido, respirado, lidiado con el tema de la seguridad en México, y realizado todas las reflexiones pertinentes, el autor presenta un análisis basado en datos, estadísticas, estudios comparativos y un reporte detallado del enfoque científico sobre la seguridad pública en México que él mismo buscó implementar de 2006 a 2012. Este análisis culmina con la construcción de un modelo de seguridad para el futuro del país. Es un modelo complejo, quizá sobredeterminado, pues consta con alrededor de 1,300 variables. El modelo combina todos los elementos expuestos para terminar en un concepto básico pero poderoso, que le da el título al libro: Seguridad con bienestar. El autor muestra que la seguridad no se puede atajar en el vacío, sino que es producto de una política de Estado que incluye la economía, la sociedad, el sistema financiero, la tecnología y la ciencia y, por supuesto, todas las instituciones de justicia del Estado. Como plantea el autor, el modelo debe ser transexenal, apartidista, apolítico y, sobre todo, comprensivo. ¿Y hoy quién puede decir que no es así? Finalmente, el modelo de seguridad que el autor propone nos lleva a pensar que la seguridad es mucho más que bajos niveles de violencia o delito. La seguridad es, en resumen, un esfuerzo multidimensional que empieza por la búsqueda del fortalecimiento de las instituciones y del bienestar para todos.

El libro es engañosamente simple. Son sólo 150 y tantas páginas; no se presenta como un libro de historia; no se presenta como un análisis teórico de la seguridad; no emite juicios de valor sobre la administración de Felipe Calderón o la de Enrique Peña Nieto —excepto por la posibilidad de que Peña Nieto haya contribuido a un Estado de involución en materia de seguridad—. Pero entre líneas, el lector encontrará una riqueza estadística, una riqueza teórico-analítica, la precisión de quien habla desde la experiencia profunda del tema de la seguridad en México y de quien entiende el problema como algo mucho más allá que equipar y preparar policías: como un tema de desarrollo humano y nacional, de ciencia y tecnología, de la sociedad y de la economía. En fin, como una política de Estado.

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